¿Qué es el paisaje? ¿Podemos pensar al río como a un sujeto? Lila Siegrist traza una genealogía de las primeras voces -científicas, documentalistas, plásticas- que se embarcaron en el Paraná y se volvieron testimonio de la cultura fluvial. Frente a las escenas inciertas que nos espeja nuestro hábitat, conversa con voces de la política, del arte y del arcano sobre los humedales y la militancia, el derecho al agua y a la soberanía del territorio y sobre el concepto romántico del paisaje que se amplifica al de ambiente.

Por Lila Siegrist /Revista Anfibia

Una amplia nómina de expedicionarios, escribas, curiosos y religiosos emprendieron tareas de inmersión en el paisaje para dejar asentadas en sus bitácoras el registrode sus exploraciones en la Cuenca del Plata, desde las primeras referencias de Ulrico Schmidl en 1535. Pero es Alcides D´Orbigny quien se toma 15 meses, entre el 14 de febrero de 1827 y mayo de 1828, para recorrer el Paraná desde su desembocadura, río arriba, pasando por la provincia de Santa Fe hasta llegar a las de Corrientes, Misiones, Chaco y Entre Ríos, y luego bajar por la parte sur de dicha provincia a conocer las regiones septentrionales de la de Buenos Aires. En este período releva con precisión científica los peces (queda fascinado con el peso y tamaño del dorado), describe el surubí, los armados. Se sorprende por la cantidad de insectos, especialmente con la variedad de mosquitos y avispas. Observa de cerca los reptiles: la yarará o las tortugas encalladas en las barrancas, los caimanes robustos. Las aves lo sorprenden tanto por el aire gracias a su canto, como por tierra en silencio, con el despliegue de sus plumajes: la escena de las aves de presa planeando sobre un brasero, intentando atrapar a los animales que escapan de las llamaradas.

 

En esta descripción exhaustiva en la que el viaje expedicionario se vuelve documento de una práctica y testimonio ambiental, también asoman las quemazones como responsabilidad de hombrunos y torpes carboneros que acuden todos los años a hacer su provisión de carbón, llagando a ahumar el país a veinte leguas a la redonda. Su modo de fabricación es de los más viciosos, ya que los bosques ocupan una superficie de gran extensión, y sin que los torpes exploradores se preocupen mayormente por el daño, por las islas son de dominio público… En casi toda América meridional, la población acostumbra a incendiar los campos para quemar la paja seca, a fin de renovar los pastos que alimentan el ganado. Lo relata como un desastre de la destrucción que infundía en el ánimo un sentimiento profundo de dolor y espanto.

En 1826, Francis Bon Head en su libro Las Pampas y los Andes evidencia cierta emotividad con el paisaje al mencionar las quemazones: algunos lugares se encuentran quemados por accidentes, y el negro sitio desolado, cubierto de troncos carbonizados, se asemeja a una escena de peste o de guerra del mundo humano. Décadas más tarde, en 1864, saldría publicado El Río Paraná. Cinco años en la República Argentina de la alsaciana Lina Beck-Bernard, en el que realizaría una descripción aguda de nuestro paisaje litoral, como la crónica al galope sobre el río Salado titulada “Incendio en el campo” en la que desde la altura de su montura otea la llanura que se extiende alrededor y ve a lo lejos una raya de humo negro que parece ir avanzando hacia nosotros con una velocidad impresionante. Cada tanto, esta barra compacta muestra unas brechas de donde se alzan unas llamas rojas y amarillas.

 

Si me quedo atenta al paisaje cruzado por las columnas de humo, penachos sombríos que suben al cielo como señales caligráficas de pueblos de otro tiempo, habitantes del agua en las marañas de barro y mosquital, debo pensar en Oda al Paraná (1801) de Manuel José de Lavardén: traza un eje en verso que pivota romántico y mercantilista, estiajes rasos de relevancia íntima y civil. Fuente de inspiración e instrumentación, el río se vuelve cuerpo, antropizado y protagonista del loor exacto e iniciático. Pero es en El Tempe argentino (1858) de Marcos Sastre, poema en prosa agudo y detallado, donde se define una lonja fértil de nuestra geografía ubicada entre el Paraná, el Uruguay y el Río de la Plata, formando un triángulo isósceles de agua, tierra y vida próspera. El volumen está dedicado a estudiar el aspecto y los fenómenos de nuestra naturaleza, registrando y relatando con intensidad plástica el ambiente y los fenómenos que la biodiversidad fluvial de nuestros humedales detenta. Los duraznos, perales y manzanas para nada silvestres que en los textos de D´Orbigny aparecen como acentos de dulzura y embalsaman los aires a distancia, en el Tempe argentino configuran los vergeles que indican la posibilidad del asentamiento. Extiéndese con sus afluentes caudalosos por miles de leguas sin obstáculos, brindando a la industria y al comercio inmensas regiones, las más salubres y fértiles del globo, donde algunos pueblos nacientes abren hoy sus brazos fraternales a todos los pueblos de la tierra.

 

En Viaje a la América meridional, D´Orbigny también activa el paisaje desde las vías del comercio: emergen los buques mercantiles, pequeñas industrias como las curtiembres y los hornos ladrilleros, los altos buques despliegan su velamen y surcan libremente por su canal profundo y anchuroso. Ya en 1897 aparece la gran crónica lírica, ficcional y verosímil sobre la vida en las islas del río Paraná, Un viaje al país de los matreros por Fray Mocho, dividida en 22 capítulos, que concentra escenas y temáticas particulares en los que el Paraná se expande triunfante. Le da al río el vigor de mover y trasladar pedazos de tierra, creando albardones donde la vida vegetal se atrinchera, así como también los personajes subalternos: matreros, individuos que andan por los montes huyendo de la justicia. Aparecen perros y patos, aguas secas y cenagosas, una atmósfera soporífera y pesada y el silencio que domina la llanura, que solo se altera con el grito de un chajá. El modo en que se puebla la tierra firme con ranchos ocultos en la maleza, y nuevamente el río mercantil: cómo se hacían los contrabandos de las mercancías que traían al Rosario los buques de ultramar, cómo las desembarcaban y cuánto convenía al comercio de las costas entrerrianas y santafecinas que las islas y los bañados estuvieran sumidos en la barbarie más primitiva. ¡Ellos se llevaban la fama y otros cargaban la lana!

 

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¿Qué sucede cuando el paisaje traspasa la instancia del registro científico o el sustrato lírico y se vuelve síntoma en el que nos sumergimos? Cuando la veduta deja de ser la resolución plástica de un paisaje para volverse registro vociferante del desastre y el riesgo. ¿Cuáles son los efectos del uso intensivo de los recursos naturales en el humedal litoral? ¿Cuál será el destino de la Ley de Humedales? ¿Qué regulaciones son necesarias para frenar la devastación? La Hidrovía Paraguay-Paraná se encuentra ante un inminente proceso de licitación en el que se ponen en cuestión el uso, el aprovechamiento, el balizamiento, el dragado y el peaje de la vía navegable más importante del humedal litoral. A la espera de respuestas, ante escenas inciertas, conversamos con voces expertas del periodismo, de la política, del arte y del arcano sobre los humedales y la militancia, sobre los derechos al agua, a la salud, a la soberanía del territorio, a la regulación de la economía mercantil de la fluvialidad y sobre el concepto romántico del paisaje que se amplifica al de ambiente.

 

“Si pensás en un paisaje en riesgo: ¿qué idea viene a tu cabeza?”, le pregunto a Sebastián Martínez Ledesma, de la Multisectorial Humedales.

 

“Si pensamos el paisaje en riesgo, el de los humedales, podemos hablar de algo mayor, de lo que no se ve: de un gran ecosistema compuesto por vida, vida animal, vegetal, regida por el agua. Cuando hablamos de la importancia de este gran ecosistema hablamos de la biodiversidad de ese conjunto, de especies animales que se desarrollan gracias a las condiciones vegetales que existen. Este ecosistema brinda servicios a los seres humanos que vivimos a la vera del río, que dependemos del agua que ahí se purifica, que dependemos de su regulación para no inundarnos, que dependemos también de la captación de carbono que hacen estos humedales, que contribuyen contra el calentamiento global, que contribuyen a purificar el aire que respiramos… Esta imagen no es solo la postal de un lugar de disfrute sino también la de un lugar de vital importancia para nuestras vidas, más allá de su hermosura.”

 “De un día para el otro revaloramos a los humedales. ¿Por qué hasta ahora no les prestábamos atención?” Me responde Adriana Anzolin, coordinadora de la Plataforma de Organizaciones Ambientales Humedales en Red que a su vez es parte del Corredor Azul.

 

“Los humedales son ecosistemas infravalorados. Se calcula que desde el siglo XX hasta esta parte, en todo el mundo desapareció un 70%. Son vistos como sitios de tierras bajas improductivas, hasta insalubres (como son áreas con mucha agua, allí se desarrollaban los mosquitos). Bajo esta visión se trató de darles un destino productivo entre comillas. En Argentina, ocupan el 21% de la superficie y se concentran en el área económicamente más importante: Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, parte de Córdoba. En estas zonas, el principal agente destructor fue el desarrollo de barrios privados y countries. Terrenos bajos, que valían poco, se urbanizaban con un valor altísimo. Nordelta fue de los primeros emprendimientos que hicieron esta operatoria de dragado, refulado y relleno. Después siguieron cientos de barrios en la zona que destruyeron, mínimo, 10.000 hectáreas de humedales y generaron problemas ambientales al eliminar la biodiversidad y contaminar las aguas.”

 Qué es el paisaje, según César Jacinto Briatore, Técnico en Administración Portuaria, miembro de la Comisión Directiva del Sindicato de la Actividad Naval Mar del Plata:

 

“El paisaje es cultura. Hay pequeñas economías que giran a su alrededor. El paisaje es esa relación de la tierra con las personas que arman la comunidad. Antes de la conquista, los pueblos originarios se desarrollaron en gran medida entre las islas y entre el territorio a la vera del humedal. Después llegaron los colonizadores en búsqueda de riquezas y eliminaron todo signo de vida conocido.” Sobre la próxima licitación de la Hidrovía Paraguay-Paraná anticipa que impulsa alguna solución desde el punto de vista fiscal y desde una visión más soberana, para eliminar una opción mercantilista en lo que respecta al mantenimiento de nuestras aguas.

 A orillas de un río, el Uruguay, nació el activismo ambiental de la Argentina. “¿Qué incidencia política tiene hoy este movimiento social?”, le pregunto a Marina Pagliroli, de El Paraná NO se toca.

 

“Nuestro grupo empezó a reunirse al saber que el Gobierno de Entre Ríos el 28 de diciembre de 2011 había aprobado una ley que permitía la instalación de una arrocera en el humedal, por 99 años. Se pudo derogar esta ley. Así se constituyó el grupo El Paraná NO se toca. Nuestras consignas son: basta de quemas, no a la Hidrovía Paraná-Paraguay, no a los terraplenes, no a la caza furtiva, no a la pesca indiscriminada, no al monocultivo en el humedal, no a los modos de vida urbanos en la isla, no a las mega fiestas en las islas, no más plástico de un solo uso, promoción de la agroecología, activación del PIECAS (Plan Integral Estratégico para la Conservación y el Aprovechamiento Sostenible del Delta del Paraná), Ley de Humedales YA.”

 

“¿Qué plantea la consigna NO hay cultura sin mundo #ecocidio?” Responde el colectivo Cuadrilla Feminista.

 

“Sobre finales del 2020, con esa consigna un amplio colectivo de autoras escribimos este manifiesto: ´Ante el colapso climático ambiental y las propuestas agroindustriales nos preguntamos ¿qué es la cultura? Ese conjunto de saberes que viene del pasado y van hacia el futuro resultó en prácticas despiadadas y el trato de la vida total como mercancía. Hemos explotado los cuerpos en todas sus formas, en crímenes sexuales, crímenes ecológicos y crímenes políticos. La naturaleza violada parece el permiso para todas las violaciones reiteradas. Los cuerpos entretejen vínculos de poder, y quienes disponen de los cuerpos y los territorios para su explotación nos encaminan a un futuro opaco donde la imaginación de lxs niñxs se suspende. Las perturbaciones ecológicas no solo traen enfermedades, exacerban las desigualdades.”

 A la prosa y a los registros pictóricos se suman, contundentes, los registros fotográficos del ecocidio. Sebastián López Brach, fotógrafo nacido en Rosario, desde hace algunos años trabaja para National Geographic documentando la importancia de los humedales más grandes de Latinoamérica. Cuenta:

 

“Desde comienzos del año 2020, todo el delta del Paraná está siendo devastado por el fuego. Los incendios ya arrasaron con más de 400.000 hectáreas, esto equivale aproximadamente a 16 veces la ciudad de Buenos Aires. La magnitud de las quemas provocadas en la región deja múltiples consecuencias, como la mortalidad de animales y la pérdida de hábitat, el empobrecimiento de los suelos, la contaminación del agua y el aire, además de representar un riesgo altísimo para la subsistencia de las personas que viven en las islas. Nunca en la historia hubo tanta destrucción en este importante ecosistema. Los 40.000 focos de calor que se registraron desde enero del 2020 hasta ahora en la región dejaron en evidencia la peor crisis socioambiental de la zona.”

 

“¿Cambió la situación de los humedales en el contexto de la pandemia?”, le pregunto a  Jorgelina Hiba, periodista experta en ambiente.

 

“La región atravesó el año pasado marcada por dos vectores graves. Además del coronavirus tuvimos una impronta local-regional en relación a las quemas. No solo se quemaron 400.000 hectáreas del delta del río Paraná, sobre 2.000.000 millones de hectáreas… Tuvimos 800 kilómetros de costa santafesina afectada. También se vieron afectados los bajos submeridionales, que son tal vez el último gran parche de biodiversidad silvestre que tenemos en la provincia de Santa Fe, en el centro norte. Debemos analizarlo como un fenómeno regional. El Paraná del siglo XXI va a ser, ya es, un Paraná de extremos. Nos obliga a repensar todo lo que hacemos en relación al río, las explotaciones productivas, la ganadería de islas señalada con razón como el principal vector de inicio de fuegos, pescadores industriales, cazadores furtivos, desarrollos turísticos y escaso o nulo control estatal. Estamos en una cuña entre la llanura y el humedal, entre el río y la pampa, con algún resto de espinal que nos traen los arroyos. El paisaje nos define, nos contiene, nos ha estructurado social, económica y culturalmente. Somos parte de la comunidad del agua, de la tierra del agua que significa el humedal del río Paraná.”

 

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