En negociaciones entre el departamento de Estado y el gobierno, hubo acuerdos básicos y ningún partido se abstuvo. En las calles se habla de cambio, pero no se dice cuál.
Por Sebastián Rodriguez Mora / Tiempo Argentino
A cinco días de las elecciones presidenciales en Venezuela, el gobierno del candidato Nicolás Maduro ajusta la focalización de su campaña multiplataforma mientras la oposición, encabezada por María Corina Machado y su representante en la boleta, Edmundo González Urrutia, se esfuerzan por mostrar capacidad de movilización, que en los últimos días mostró rasgos de masividad.
Las acusaciones se cruzan entre ambos sectores y la incógnita sobre la decodificación que hará la población de esta última semana se agranda, en especial respecto al nivel de participación de los segmentos más jóvenes, porción clave en un padrón mordido por el determinante proceso emigratorio de los últimos diez años.
En términos formales, se trata de una elección que tiene a diez candidatos. Esta vez no hay partidos políticos en la oposición que llamen a la abstención, ya que participan aquellos que en 2019 no reconocían al actual gobierno. Todos hombres, habrá que mirar con principal atención a cuatro de ellos: por supuesto que Maduro y González Urrutia, pero también al humorista Benjamín Rausseo y el evangélico Javier Bertucci.
Ambos pueden tener, en caso de que el resultado entre los dos principales contendientes sea cerrado, un rol determinante. Aunque se espera que no logren un sorpresivo sorpasso al segundo lugar, sí hay expectativa por el porcentaje de su tercera o cuarta posición.
La propia conformación del comicio vuelve importantes a los demás aspirantes en juego: todo se define el próximo domingo a una sola vuelta, con un voto más que el segundo se logra el triunfo. En ese sentido, analistas de diversos puntos del arco político observan que al gobierno de la revolución bolivariana podría convenirle una elección de más bien discreta participación general.
El chavismo no descuida el sector religioso: tanto es así que Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente, es el encargado del PSUV de acercarse al movimiento evangélico y construir ahí. En diálogo con Tiempo y otros medios hace pocos días, señalaba que su partido identificó con previsión suficiente el fenómeno y logró integrarlo a partir de la coincidencia en los objetivos sociales de paz y prosperidad colectiva. El verdadero efecto de tal política será sometido a escrutinio de las urnas.
En paralelo, la fecha de la elección y las reglas de juego formaron parte de una negociación directa entre Caracas y Washington, producto de las conversaciones en Qatar y los llamados Acuerdos de Barbados, que en las últimas horas parecen cada vez menos vigentes de cara a la elección. Las sanciones económicas que impiden la reactivación total de la potencia petrolera venezolana siguen vigentes.
A su vez, desde el lado opositor, que abraza el Departamento de Estado de Antony Blinken, existen candidatos como Machado que siguen fuera de habilitación por parte de la Justicia electoral. En los últimos días, el jefe de seguridad de la referente, Milcíades Ávila, fue detenido por fuerzas policiales a causa de una denuncia de violencia de género.
Hay en esta campaña retóricas especulares: el chavismo reposa en la tranquilidad de su “maquinaria” electoral, que en esta oportunidad se basa en la lógica de que cada militante debe asegurar diez votos, y desestima las demostraciones de masividad de los actos de González Urrutia y Machado, la verdadera lideresa, que a su vez esgrime que en sus actos habitaría una espontánea convocatoria y en los del presidente de la República no.
Es llamativa la impronta de ex conductor de metro en esta carrera hacia lo que intenta que sea su segunda reelección: a través de una estrategia muy volcada a las redes sociales, a Maduro se lo ve bailando cercanísimo a la militancia y la población, transmitiendo en vivo casi todos sus movimientos.
El estilo muestra el esfuerzo por alcanzar a la generación centennial, quienes ya nacieron en tiempos de Chávez y enarbolan más que otros un concepto que determina estas elecciones: cambio. Abierto y plástico en manos de cada votante, el cambio está en boca de tantos que incluso es parte de los slogans de campaña oficialista.
El factor migratorio no es tampoco menor. El padrón señala alrededor de 21 millones de personas habilitadas para votar, pero es evidente que esa cantidad de venezolanos y venezolanas ya no habita la patria. La discusión sobre el número real de personas que salieron del país es difícil: el organismo de la ONU sobre migrantes habla de más de 7 millones de personas, pero en diálogo con este medio funcionarios de primera línea del gobierno bolivariano responden que están mal contados.
Habría un error de base en registrar cada ingreso de personas venezolanas a cada país, cuando muchos de ellos y ellas pasaron los últimos años buscando mejor suerte de una a otra nación. En concreto, la mayoría de ellos no tendrá chances de votar desde sus lugares de residencia, por la dificultad extrema que implican los trámites necesarios en las embajadas.
Sin embargo, la patria de Simón Rodríguez nunca reposa, siempre se agita. Maduro expresó en uno de los últimos actos de su gira proselitista que una victoria de la oposición podría desatar “una guerra civil”. Se da por descontado que Machado y González Urrutia no aceptarán un resultado que favorezca al oficialismo.
Más allá del tono de campaña, cabe la pregunta real, concreta, de cómo podrían ser los días que vengan si la oposición queda primera en el recuento de votos, refrendado incluso por figuras opositoras dentro del Consejo Nacional Electoral.
¿Queda lugar en Venezuela para el diálogo de transición, sea cual sea el destino? Habrá que leer con atención los movimientos de los actores principales y escuchar cuál sea la canción que cante la calle. «
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