Barrio Chalet fue uno de los focos más afectados durante las inundaciones de 2003 y 2007. Con cada lluvia de más de 40 milímetros reviven la tragedia. Sus vecinos son un ejemplo de compromiso y lucha permanente. De esta manera, dialogamos con Analía Molinari, profesora y vecina afectada por la inundación que sufrió el barrio en el año 2003, quien con sus palabras revive y refresca aquella tragedia que se cobró la vida de 23 personas.

Un poco de historia

El 29 de abril de 2003, tras varios días de intensas lluvias, ocurrió una inundación catastrófica en la ciudad argentina de Santa Fe de la Vera Cruz.

Durante cinco días, las lluvias se concentraron en el cauce bajo del río Salado y se acumularon 1400 milímetros. Esto provocó el crecimiento desmedido del cauce. Fue allí en donde las defensas fallaron: había un tramo inconcluso y esto permitió la entrada del agua.​

La crecida del río Salado se originó por la ocurrencia de precipitaciones intensas sobre su cuenca baja, ocurridas principalmente entre los días 22 y 24 de abril. Durante esos días un sistema frontal caliente semiestacionario se ubicó en el centro del litoral argentino. Sobre este sistema frontal se formaron núcleos de nubes convectivas, que produjeron lluvias sobre una cuenca ya saturada (producto de precipitaciones ocurridas en los meses previos).

En los días anteriores, se empezaron a registrar algunos anegamientos en el norte de la ciudad. Pero el lunes 28 de abril, el río Salado logró entrar por una brecha del terraplén, a la altura de calle Gorostiaga, donde se ubica el Hipódromo. Las obras de las defensas estaban inconclusas y ese error provocó la tragedia. Por un momento, el río había dejado de avanzar; pero hacia la tarde de esa jornada todavía lluviosa, el cauce volvió a avanzar y se acercó al centro.

El terraplén que comunicaba la ciudad de Santa Fe con la autopista a Rosario tenía un puente de poca longitud como único paso de las aguas. Al limitar el cauce del río por este estrechamiento, se incrementó el nivel del río “aguas arriba” (al norte) de dicho terraplén. Esto era muy notorio porque en el sur de la ciudad las defensas estaban muy lejos de sufrir peligro. De hecho, debido al embalse de aguas dentro de la ciudad se dinamitaron las defensas en el sur para permitir el escurrimiento.

Los terraplenes, que debían servir de defensa, ayudaron a que las aguas se embalsaran sobre la ciudad y no la dejaba escurrir. Es por eso que en los sectores más bajos de la ciudad ―justamente los más humildes― se acumularon hasta 4 metros de altura de agua. Es por eso que se debieron derrumbar siete tramos del terraplén en distintos puntos, con el objetivo de escurrir las aguas.

 En detalle

Molinari, quien ese entonces era una estudiante que residía en Barrio Chalet, vivió en carne propia uno de los hechos más aterrorizantes y tristes, la inundación del 2003. “Es increíble que hayan pasado 19 años, parece que no hubiera pasado tanto tiempo de ese día nublado, con una lluvia agresiva, los vecinos ya estaban más atentos y pendiente de lo que estaba pasando” Comentaba.

Ante la desproporcionada precipitación que hubo, despertó la preocupación en muchos vecinos, y ellos anticipaban que “Nos están avisando de que se iba a venir el agua”. De una manera rápida, los vecinos comenzaron a elevar sus pertenencias a las mesadas, muebles y lugares altos. Pasaban la noche durmiendo con una mano en el suelo, por el temor de que el agua producto de la fuerte lluvia comience a ingresar a sus casas. Otros vecinos sin pensarlo dos veces, decidieron evacuar inmediatamente sus hogares.

¿Cómo fueron los momentos más críticos que les tocó vivir esa noche?

“Lo más feo fue cuando los vecinos desde temprano, vinieron a nuestra casa a refugiarse, ya que tenemos una parte de nuestra casa más alta. Lo más triste que experimenté fue ver desde mi terraza el agua de 4 metros de alto tapando las casas de los vecinos y estas comenzaban a ‘desaparecer’, escuchar a los animales que lloraban, los gritos de los vecinos y vecinas, la incertidumbre de no saber hasta dónde iba a llegar el agua”.

“Salimos por una ventana y los cables de electricidad de la calle nos llegaban a la altura del pecho, debíamos agacharnos para  poder pasarlos y continuar en canoa”.

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Redacción por Santiago Caballero

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