Los ecuatorianos fueron superiores, manejaron la pelota y el terreno ante un rival que se lo cedió, que no encimó en el lugar exacto y que quiso ganar el partido “metiendo una mano de nocaut”.

Por Enrique Cruz /El Litoral 

“Las finales no se juegan, las finales se ganan”, señala un viejo axioma futbolero. Tiene una parte de cierto (en cuanto a ganarlas), pero tiene otra parte discutible (también hay que saber jugarlas). Independiente del Valle la jugó bien y Colón no. Con corazón y garra se puede empujar y hasta puede ganarse algún partido; pero generalmente, los partidos se ganan jugando al fútbol. Y en eso, Independiente lo hizo bien, con inteligencia y también con personalidad.

El partido anímico que planteó Lavallén no fue suficiente. Había que hacer otras cosas. Si no se podía manejar la pelota, al menos había que impedir que ellos la puedan dominar con la suficiencia y tranquilidad que en muchos pasajes lo hicieron. Nadie discute que es un buen equipo y que tiene jugadores de calidad. Pero Pellerano, un veterano de 37 años que tiene sapiencia (otra cosa que no se discute), manejó todo en el partido. Y Colón ni se enteró de que había que tener otra clase de respuesta ante eso. Como por ejemplo, encimarlo e impedir que salga jugando con la tranquilidad y los espacios con que lo hizo.

Colón se encontró con un rival que hizo todo lo que se suponía que iba a hacer: 1) no reventar la pelota y salir jugando desde atrás; 2) que todo pase por Pellerano y, en menor medida, por Mera; 3) atacar con ligereza y verticalidad por los laterales. Frente a eso, Colón no hizo nada. Pellerano fue figura; los dos por afuera también (Dájome lo enloqueció a Escobar y Sánchez fue peligroso y creador de la jugada del segundo gol) y Colón también le propició a Independiente del Valle una zona de confort muy peligrosa, sin encimarlo en la salida y esperando en su propio sector pero sin ser lo suficientemente ordenado como para impedir que Independiente, que sí estaba a sus anchas y jugando el partido que más le convenía, pudiese llegar hasta el arco de Burián, con el agregado que los ecuatorianos fueron muy eficaces, ya que los goles no llegaron como consecuencia de una acumulación de situaciones de peligro, sino que aprovecharon muy bien las cinco o seis claras que tuvieron, para marcar los tres goles que le dieron una victoria inobjetable en la balanza de los merecimientos.

No fue un buen planteo el de Lavallén; o no le salió como él quería; o no tuvo la respuesta adecuada de los jugadores. También es justo decir que Colón jugó como juega Colón. Es decir, sin asumir la iniciativa, dejando que el rival juegue, que tenga terreno y pelota, esperando y tratando de que la pelota le llegue a Morelo y al Pulga para que inventen algo en los últimos 25 metros de la cancha.

Lavallén lo había preanunciado antes del partido, cuando dio a entender que ellos tienen un juego “más aceitado” y que “nosotros vamos a anteponerle la lucha y el corazón que en otros partidos nos permitió dar vuelta las series”. Era una moneda al aire que dependía de muchos factores. La actitud de Colón, esperando y utilizando la réplica rápida, pareció la de un boxeador que sale al ring dispuesto a que le copen el centro de la escena, defenderse para que los golpes no le duelan y esperar el momento de dar el zarpazo y colocar una mano de nocaut. Sin elaboración, el partido se podía perder en el terreno del protagonismo. Y así fue.

 

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