El técnico uruguayo Gustavo Munúa lleva dirigidos seis partidos, en los que Unión mostró buenas intenciones, pero que no se tradujeron en resultados.

Por Mariano Cassanello/ UNO Santa Fe

La primera conclusión a la que se puede arribar es que el ciclo de Gustavo Munúa se respalda más en las actuaciones que en los números. El balance resulta más positivo cuando se analiza el contexto futbolístico, que cuando se observan las estadísticas.

Es más esperanzador lo que ambiciona y proyecta, que lo que luego termina concretando. Si uno se detiene en los números, se podrá decir que sumó siete puntos sobre 18 en juego. Ganó dos partidos, empató uno y perdió tres. Alcanzando una efectividad del 38,8%.

No es una cifra significativa ni mucho menos, de hecho, con ese porcentaje terminó siendo despedido Juan Manuel Azconzábal si bien es cierto los números del vasco fueron con mayor cantidad de partidos. La eficacia de Munúa es la misma que la del Vasco pero con menos partidos jugados, pero en el fútbol no solo se deben evaluar los resultados. También hay que priorizar otros aspectos.

Y es ahí en donde el entrenador uruguayo le saca ventaja a Azconzábal. Unión con el Vasco no tenía una identidad de juego, no se sabía a qué jugaba el equipo. Cambiaba a los futbolistas constantemente de posición, modificaba los esquemas tácticos sin consolidar una idea.

En cambio, Munúa definió un estilo, al menos se lo pudo observar en la mayoría de los partidos, a excepción del último ante Newell’s y con Platense, aunque antes del debut apenas había tenido tres días de trabajo. La presión alta es la principal característica del Rojiblanco.

Como así también la búsqueda del arco rival, con una formación que por características, pone en cancha a cuatro delanteros. Más un volante de juego y otro con algo más de marca, pero ambos con condiciones para romper líneas y llegar al área rival.

Unión sale a jugar con Imanol Machuca y Gastón González como carrileros, pero ambos son delanteros. A ellos los acompañan Mauro Luna Diale y Fernando Márquez. Y los dos volantes centrales son Enzo Roldán, acostumbrado a jugar por afuera y ahora se ubica como interior y Juan Ignacio Nardoni que también es de pisar el área rival.

Un equipo con movilidad, con futbolistas que rotan, con dinámica y que no son posicionales. Tanto Roldán como Nardoni se muestran por las distintas zonas del mediocampo. Mientras que Machuca y González abren la cancha para desbordar por afuera y terminar abasteciendo a los puntas.

Desde la disposición es un equipo ofensivo, con ansias de protagonismo. Sucede que esa vocación de ataque, hace que de mitad de cancha se descompense y cuando le llegan le convierten. Paga un precio por ser protagonista, ya que la mitad de la cancha está conformada por jugadores que piensan en el arco rival.

En consecuencia, allí radica la principal disyuntiva del entrenador, intentar ser protagonista pero a la vez encontrar un equilibrio. La famosa teoría de la manta corta, que se ratifica de manera contundente, al menos en la mayoría de los partidos que jugó desde la llegada de Munúa.

Las sensaciones son positivas, pero justamente no deben quedar en eso, debe profundizar el estilo, pero sin perder confiabilidad. Caso contrario, será un cúmulo de buenas intenciones, pero que no se traducirán en resultados ni en funcionamiento.

El camino es largo, Unión cuenta con un plantel joven y al cual claramente habría que sumarle algunos refuerzos de jerarquía. Y en medio de este contexto, es mucho el trabajo que tiene por delante Munúa. Está claro que tiene crédito, pero que será clave no despilfarrarlo.

Con seis partidos dirigidos, la principal conclusión da cuenta de un equipo con saludables intenciones y que está en proceso de construcción. Y que tiene tantas virtudes como defectos, insinúa más de lo que concreta y tendrá que cambiar esa ecuación, ya que sino, los resultados no lo acompañarán.

 

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