Una descarnada crónica de cómo transitan sus habitantes, las familias de las víctimas, los grandes y los chicos las horas posteriores a la masacre del último martes.
Por: Martina Delgado /Tiempo Argentino
Antes de que esta tierra sea Brasil, existió un árbol gigante que enloqueció a los colonizadores portugueses. El Pau Brasil es exótico: a diferencia de otros árboles, silenciosos e inmutables, sangra cuando lo cortan; su savia es roja, como las brasas (de ahí “Brasil”, según cuenta una versión de la historia). Este color se volvió un tesoro en el viejo continente, puro lujo y símbolo de estatus.
Los portugueses obligaron a los pueblos indígenas a talarlo y transportarlo al calor del sol, desde Río Grande del Norte hasta Río de Janeiro, para exhibir la tinta de moda en los comercios europeos, en los trajes de gala. Color local de exportación, de trabajo esclavo. Con esta savia roja que le dio su nombre a un territorio, hoy hay brasileños que manchan su bandera.
Lo hacen para mostrar que otros ya lo hicieron antes. El mismo patrón, los mismos abatidos: cuerpo indígena, cuerpo negro, cuerpo esclavizado, cuerpo favelado, cuerpo matado.
“Cláudio Castro tem sangue nas mãos”, decían los carteles en la manifestación del miércoles por la tarde, con familiares y organizaciones marchando frente al Palacio Guanabara, sede del gobernador de Río de Janeiro. Una imagen se viralizó rápidamente: un nene de unos seis años, con el rostro tenso, propio de una madurez impuesta, apareció en plena movilización envuelto en una bandera brasileña. Pero intervenida con manchas rojas.
La misma escena se repitió algunas horas después, este viernes por la tarde, en un acto simbólico en Vila Cruzeiro, una de las 13 favelas que conforman el Complexo da Penha: familiares de las víctimas, habitantes de las comunidades y movimientos sociales repartieron remeras blancas y las tiñeron de rojo. “Es la sangre que el gobernador esparció por la favela”, dijeron a este diario. “Es para recordar que en Brasil no existe pena de muerte”, remarcaron.
Apenas unos días atrás rescataban los cuerpos desaparecidos en el morro y los colocaban en serie, uno al lado del otro; la muerte a escala industrial, expuesta en cadena para el registro de la prensa y el impacto político. Una fisura en el discurso oficial. Chacina, carnificina, morte y genocidio son términos que disputan al de “operación exitosa”, el que eligió el gobernador en conferencia de prensa.
“El escenario es de destrucción”, dice en diálogo con Tiempo una señora del Complexo do Alemão que prefirió el anonimato. Es una de las pocas personas que accedió a hablar. El paisaje de la favela confirma fielmente lo que expresa. Bajo un cielo gris, el barrio parece suspendido: las paredes marcadas por balas, comercios cerrados y sin luz, mientras los chicos no pisan la escuela.
Tiene la voz ronca de tanto gritar. “Estoy de luto”, expresa. Vivió toda su vida en esta comunidad, en la que las “operaciones de contención” (como se llamó la fatídica movida policial del martes) se suceden a diario, pero nunca había visto una cosa así. “No es que haya muerte todos los días. Solamente cuando la policía entra. Y cuando la policía entra es para matar, no para arrestar”, dice. Y vuelve a pedir que no se publique su nombre en esta crónica. Es que los pocos vecinos que aparecieron dando su testimonio en la prensa durante estos días, luego recibieron amenazas de muerte con perfiles falsos por Internet.
El acto en Vila Cruzeiro recorrió la comunidad y reunió a unas dos mil personas, acompañadas por una caravana de motos y vecinos de otras favelas que se sumaron espontáneamente. “El dolor de estas comunidades es el mismo dolor que siente el jacarezinho”, dice una mujer con el pelo trenzado. Tiene un cartel con una mano roja y en letras grandes la palabra “BASTA”. Y repite una y otra vez: “Fuera Claudio Castro”. Pide prisión para el gobernador.
En ese mismo momento, en otra zona de la ciudad, en la Linha Amarela, una de las principales autopistas de Río, se desató un tiroteo: una mujer que viajaba en un Uber murió y un hombre resultó herido. La noticia casi ni salió en los medios.
El miedo se propaga con más intensidad cada vez que hay una operación. Después del día de la chacina, se hizo más palpable. “Se nota el silencio en el barrio. Todo se cierra. La gente se guarda. No habla”, dice a este diario Krys Sorialucero, una argentina que se dedica al turismo y vive en las zonas aledañas de Penha desde hace varios meses.
«Está acontecendo o silêncio», repite la mujer que prefirió mantener su identidad anónima. La frase, como la imagen de los cuerpos, no necesita traducción. Un silencio lleno de balas. Ni las palabras del gobernador ni el ruido de mil movileros transmitiendo en vivo desde el lugar de los hechos alcanzan para ocultarlo. El color del Pau Brasil no se puede esconder. Sólo quedan estrategias para que el rey no encuentre la savia brillante.

«Matan a 60 y al día hay 120 más para ocupar sus puestos»
Daniel Hirata es sociólogo y profundo conocedor de la realidad carioca y también de otras regiones brasileñas como la paulista. Trabaja en la Universidade Federal Fluminense (UFF), en Niterói, en Río, e integra Ciudad y Trabajo del Laboratorio de Estudios Sociales, un prestigioso centro de la Universidad de San Pablo. Por estas horas, en cada una de sus intervenciones esclareció diferentes aspectos de lo sucedido en las favelas de Río. Por caso, las diferencias y similitudes de las diferentes estructuras presentes en esos barrios de las diferentes ciudades.
«El Comando Vermelho se diferencia del Primeiro Comando da Capital en su estructura organizativa. El PCC opera con un sistema jerárquico, mientras que el Comando Vermelho es una organización que opera de forma más personalizada. Es una alianza entre líderes de favelas, no una estructura jerárquica como la del PCC».
El especialista puntualizó, sobre el crecimiento del CV, que «de hecho, en los últimos tres años, tuvo una presencia significativa en algunas zonas de la Baixada, la Zona Norte y la Zona Oeste de Río de Janeiro. Es un grupo que con mayor frecuencia triunfa mediante ‘conquistas’. Si bien no es la única forma en que se expande, es un grupo muy belicoso, que busca la confrontación. Esto define el tejido urbano de Río en los últimos años. Tenemos muchas zonas atrapadas en la disputa territorial entre el Comando Vermelho, el Terceiro Comando Puro y las milicias». Advirtió que justamente por ello, la operación del último martes se llamó Contención, porque su objetivo fue contener la expansión del Comando.
Al ser consultado si los emparenta la forma en que estos dos grupos generan los recursos financieros para fortalecerse, explica que «no se limitan a la venta de drogas, aunque esta sea sumamente importante. Existe una serie de mercados, no solo vinculados al Comando Vermelho, sino también a otros grupos armados aquí en Río. Estos grupos operan en diversos mercados, tanto legales como ilegales. A menudo, funcionan como una herramienta financiera para dichos grupos. Son mercados que movilizan infraestructura urbana: agua, electricidad, educación, salud, vivienda, el suministro de gas».
Asegura Hirata que también, “con frecuencia, se trata de mercados relacionados con la prestación de servicios públicos, como el transporte, lo que implica la necesidad de regularlos. Si bien estos mercados existen, en paralelo a la presencia del Estado, este no interviene eficazmente. Son mercados contaminados por las acciones de estos grupos”.
Asegura Hirata que “el crimen organizado prospera en Río de Janeiro, a lo largo de varios mandatos de gobernadores de afiliaciones políticas completamente distintas, y que el control territorial armado se expandió considerablemente en estos años”.
Explica además que “el control territorial armado, un problema muy grave en Río: no sólo se ejerce mediante armas, sino también a través de la formación de estas redes criminales, cuyo desmantelamiento requiere un enfoque alternativo y más eficaz”. Lo explicita, finalmente, con una frase: “Se puede matar a 60 personas y al día siguiente hay 120 más para ocupar esos puestos. Lo mismo ocurre con los puestos de liderazgo. Porque incluso si Doca (Edgar Alves de Andrade, líder del comando, prófugo, considerado enemigo público en Río), muere al día siguiente hay otro Doca”.

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