Nuestro país no es ajeno al impacto mundial producido por el estreno del film de Todd Phillips protagonizado por Joaquin Phoenix: Joker (el Guasón). Algunos comentarios de aquí y allá se han servido de la metáfora para señalar que la agresividad desplegada por el Joker es un espejo de la violencia generalizada que hoy padece el planeta, en virtud de la descomunal brecha existente entre pobres y ricos. De hecho, durante el film, el acaudalado candidato a la alcaldía de Ciudad Gótica dice: “los que hemos hecho algo de nuestras vidas no podemos ver a esos revoltosos más que como unos payasos”. Frase que, en sintonía con la metáfora del espejo, resulta afín a la consideración de cínico hazme-reír que Michel Moore le destina al presidente de su país: Donald Trump, y que otros más cercanos extienden a Bolsonaro o a nuestro actual primer mandatario, Mauricio Macri. Sin objetar las bien merecidas alusiones a estos nefastos jefes de Estado, vale señalar que –desde el punto de vista psicoanalítico– el mero reflejo en el cristal no basta para traducir las resonancias sociales de la compleja constitución subjetiva. Por tal razón, Lacan se sirvió de la topología para postular la figura del reverso, cuya particularidad consiste en albergar un resto que se sustrae a la esperanza del ida y vuelta imaginario (para mal de la expectativa machirula, en una de sus clases (1) explica por qué una mujer jamás puede ser es el guante dado vuelta de un hombre, está el botón. Clítoris, o sea). Bien, a efectos de nuestro desarrollo ese hueco que no consiente a la imagen especular alberga la singularidad, un exceso impredecible que lo social jamás puede asimilar: un No Todo que sin embargo da pie a la novedad. La cuestión viene a cuento porque el Joker alberga una estatura ética muy distinta a la de otras personas que en el gran país del Norte encarnan (sin metáfora) la demencial pasión que esa nación guarda por las armas. De hecho, cerca de Denver (Colorado), el 20 de julio de 2012 un hombre caracterizado de Guasón ingresó en la sala donde se proyectaba el film “El Caballero de la noche asciende” (1) para ultimar a doce personas y herir a otras cincuenta (2) (increíble que en los abundantes comentarios sobre la presente película no se haya mencionado este episodio precedente). Sucede que el Joker de Phillips no mata a cualquiera y es aquí donde el personaje nos convoca de una manera tan inquietante. Este Guasón encarna lo que de cada Uno no hace lazo: una de cuyas versiones es la locura. Sucede que, a medida que transcurre el film, en el Joker la locura cede a la dignidad: comienza a apropiarse de su síntoma, ahora se puede reír del Otro. Así, cuando le preguntan si participa de la revuelta en las calles, en un arresto de lucidez dice: yo soy a-político. Y en efecto, el Joker es causa de la política: encarna el “objeto a” causa de deseo, lo que hace hablar sin jamás llegar a ser consumado por las palabras. De allí que el personaje protagonizado por Phoenix, lejos de hacer de mero espejo de la violencia generalizada, va por más. El Joker es más lacaniano que foucaltiano: no se resigna a ser el objeto maldito producto del Poder. Tampoco a esperar que el Otro lo ayude a construir un final feliz (“happy”, como lo llama su madre). Más bien, este Guasón interpela al sujeto para que se haga cargo de la locura que –por ser hablante– habita, de manera inexorable.

Para terminar, se hace oportuno citar al filósofo Alain Badiou cuando refiere que existe: “una risa que revela en profundidad la sandez de lo que se nos enseña a respetar, que devela la verdad oculta, a la vez ridícula y sórdida, que se encuentra detrás de los “valores” que se presentan ante nosotros como los más indiscutibles de todos. La auténtica comedia no nos divierte; nos deja en la inquietante alegría de tener que reírnos de la obscenidad de lo real” (3).

Sergio Zabalza es psicoanalista.

Comenta sobre esta publicación